– Nos van a encontrar.
– No creo.
– No quiero morir, Donald. He desperdiciado mi vida, joder.
– No, no vas a morir.
– La he desperdiciado.
– De eso nada, no vas a morir.
– Te admiro, Donald, ¿lo sabes? Me he pasado la vida paralizado, pendiente de lo que otros pensaban de mí. Y tú, tú no te enteras de nada.
– Claro que me entero.
– No, no lo entiendes. Te lo he dicho como un cumplido. Recuerdo una vez en el instituto. Te miraba por la ventana de la biblioteca, hablabas con Sarah Marsh.
– Dios, cómo me gustaba esa chica, estaba loco por ella.
– Lo sé. Y estabas tonteando con ella, y ella estaba encantadora contigo.
– Sí, lo recuerdo.
– Y luego, cuando te fuiste, empezó a reírse de ti con Kim Canetti. Y fue como si se burlaran de mí. Tú no tenías ni idea. Parecías tan feliz.
– Ya lo sé. Las oí.
– ¿Y por qué estabas tan contento?
– Quería a Sarah, Charles. Y ese amor era mío. Yo era su dueño. Ni Sarah tenía el derecho a quitármelo. Puedo amar a quien yo quiera.
– Pero a ella le parecías ridículo.
– Bueno, ese era su problema, no el mío. Eres lo que amas, no lo que te ama ti. Eso lo decidí hace mucho tiempo. ¿Qué pasa?
– Gracias.
– ¿Por qué?
Esta es la conversación que mantienen dos hermanos gemelos, Charles y Donald, interpretados ambos por el actor Nicolas Cage, en una película que parecía diseñada para ser perfectamente olvidada. Una historia rocambolesca y muy meta, como solo puede ser un guión de Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich y Olvídate de mí), donde hasta la actriz de las actrices, Meryl Streep, parece diluirse en medio de la trama. Pero que sin embargo guarda esta perla casi al final del metraje, como si todo lo anterior simplemente fuera su envoltorio. ¿Por qué? Porque Charles y Donald funcionan como la representación perfecta de dos paradigmas, de dos maneras de ser y de enfrentar el mundo.
Charles es un tipo inseguro, derrotista, con un talento especial para la creación de guiones y adaptación de novelas al cine, pero negado para las relaciones sentimentales. Por eso lo vemos fantasear una y otra vez con las mujeres con las que va cruzándose en su vida, recurriendo a la mansturbación como única vía de escape emocional. Su expresión corporal dibuja a la perfección esa idiosincrasia vital; siempre cabizbajo, mal vestido y descuidado. Es decir, Charles encarna a ese pesimista que todos llevamos dentro, el del vaso medio vacío. Donald es la cara opuesta; tiene éxito con las mujeres y un aspecto mucho más jovial, y lo más importante, careciendo del talento natural de su hermano hacia la literatura (solo es capaz de parir guiones extravagantes y anodinos) sin embargo es feliz, acepta casi con desvergüenza sus handycaps e incluso le sobra autoestima para regalársela a su hermano, al que alaba y anima constantemente. Donald es el perfecto optimista, no se recrea en sus fracasos aun siendo muy consciente de sus propias limitaciones; ve las cosas buenas de los demás y las potencia; vive en un presente inexpugnable que lo protege de las inercias del pasado y de los espejismos del futuro. Por eso es capaz de amar incluso cuando del otro lado solo hay rechazo y hasta burla; y soltarle con una naturalidad casi infantil a su gemelo: «eres lo que amas, no lo que te ama a ti».
Uno de los motores de la película a nivel narrativo, en el contexto de otra relación (la que establece Meryl Strept con el actor Chris Cooper) gira entorno a una orquídea exótica que se esconde en medio de la selva y que levanta las pasiones de ambos. La película termina precisamente ahí, en esa selva en la que por una serie de circunstancias que no vienen al caso, terminan entrando los gemelos para huir precisamente de los dos protagonistas apasionados por la famosa flor que ahora quieren matarlos. Es como si el propio Charlie Kaufman (que construye el personaje de Charles a su medida) hubiera diseñado toda la historia para llevarnos a ese momento, a ese diálogo genial de un Nicolas Gage desdoblado. Y si lo hace así es porque la orquídea deseada con la que tantos fantasean es él, Donald, un ser realmente exótico; una especie casi en vías de extinción; un hombre normal y corriente pero con un secreto impresionante: su alegría.
Texto y fotografía: Jesús de la Iglesia.
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