Una polilla muerta. Toda su belleza paralizada, todo su mundo inmóvil, expuesto. Así es como veo a veces ciertas imágenes. Como insectos disecados que nos invitan a una sencilla contemplación. Robert Bresson pensaba que el cine sonoro lo que realmente había descubierto era el silencio; ya que en cierta medida el silencio solo se estima, solo se le echa de menos en medio del ruido, en medio del jaleo continuo de sonidos y voces.
Hoy asistimos a lo que Wim Wenders considera como la muerte de la fotografía. Cada día millones de imágenes son tomadas por nuestros teléfonos móviles. La mayor parte sin criterio, sin reflexión, sin rumbo. Hay un exceso de ruido, de luces, de imágenes, de opiniones, de ideas. Casi no hay espacio ya para estar simplemente. Enfrente de ti.
Somos como polillas fascinadas por las luces de nuestros teléfonos. Revoloteando infatigables alrededor del artilugio mientras el mundo de afuera nos espera mudo e inmóvil. Y cuando la pantalla se apaga lo que vemos dentro es solo nuestro reflejo. Por eso necesitamos volver sobre las imágenes que no gritan, «hay más en lo inmóvil» sugería Henri Bergson.
Johannes Vermeer pintó el mundo como una naturaleza muerta; personas, ventanas, jarrones, telas, como polillas disecadas; desnudas, vulnerables, accesibles, auténticas. No nos invita a ir hacia el objeto, a pensarlo; sino más bien a todo lo contrario, a contemplarlo, es decir, a descansar en él.
Texto y fotografía: Jesús de la Iglesia (en algún lugar de la Lombardía, Italia).
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Reflexivo e inspirador. Delicado en formas pero fuerte en contenido. Me ha encantado.