Viéndote, en silencio, en tus cosas, sumergida en no sé qué pensamientos, pienso muchas veces, ¡qué misteriosa eres! Yo que acostumbro a meterme en líos mentales, que juego a ser filósofo, iconógrafo o ermitaño; no puedo contigo. ¡Eres mi rareza favorita!

¡He desaprendido tanto contigo! Tienes la virtud de cincelarme, de quitar todo lo que sobra. Como estas palabras que he ido recortando una y otra vez. Y que sé que nunca serán perfectas para ti. Como ese poema de Ángel González* que tanto te gusta. 

Creo que he llegado a aceptar que nunca te adivinaré del todo, y que nunca me querrás del todo. Siempre te dejarás algo. El hecho de saber que no te conozco tanto es excitante y a la vez duele. Pero es así. No se puede apretar una rosa con demasiada convicción. Tienes esa belleza. 

Pero además, eres honesta como tu cuello de ciervo, como tus manos. Y verdadera. Nunca juntas las palabras en vano. Y te esfuerzas en decir lo correcto en el momento oportuno. Por eso protestas tanto cuando no lo consigues. Y por eso te ayudas tanto de los brazos y de las manos en esa danza tan bonita. Como tus piernas, como tus labios. Y eres buena, muy buena, sobre todo cuando te rompes por el dolor de otro y le das vueltas y más vueltas para ayudar un poco.

Eres mi enigma favorito. Y quiero pedirte algo. Que me dejes seguir desvelándote poco a poco. Que me dejes quitarte toda la ropa que te compras, y que siempre te queda perfecta. Que me dejes descifrarte a escondidas, lentamente, como quien no quiere la cosa. Me despisto muy a menudo y no suelo complacerte en lo de planear grandes cosas. Pero lo sigo intentando. Tú sigue dándome golpes con el martillo. ¿No me ves? Cada día me haces más guapo.

*Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).

áNGEL GONZÁLEZ

Texto: Jesús de la Iglesia. Fotografía: (Foto del primer pan artesano ama-sado y horneado por Gema Sampedro). Poema: Me basta así de Ángel González.

©2020 labellezza.es