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Se ha hablado mucho sobre esta película; la fotografía, la realidad social que describe, los aspectos autobiográficos, la familia, el matriarcado, los planos secuencia, su belleza hipnotizante, etc. Solo voy a hablar de uno de los múltiples elementos que hacen de esta película una obra maestra: su protagonista.
Cloe/Libo encarna la inteligencia, una inteligencia natural, sencilla, pausada, la inteligencia de la vida vivida.
Mujer silenciosa, verdadera, casi desapercibida y sin embargo crucial. Cuarón sitúa en primer plano al silenciado, contando desde la perspectiva del que no tiene voz, la historia.
Son sus ojos serenos, sus cosquillas suaves, su sonrisa casi inexistente, su sencillez y valentía, su calma, su aceptación… su estar en el mundo, lo que hacen que se gane por una vez el papel protagonista en esta película y para siempre en la historia de la familia. Es así como Cleo de manera justa representa el valor de tantas personas que sin hacer ruido suponen un bien inmenso para quien les rodea. Personas invisibles que en la sombra hacen brillar al otro, sin que sepamos que su luz es mucho más limpia.
En un mundo lleno de terapias, ayurvedas, coaching y otras palabrejas tan de moda, nos hacen falta más Cleos, más personas invisibles pero sabias, que no hacen mucho ruido, que limpian el teléfono después de usarlo, que se tumban en una azotea para hacerse el muerto y que cuando nos paramos a observarlas, nos damos cuenta de que tienen más de una lección que enseñarnos y de que nos pueden salvar la vida, literal o metafóricamente.
Texto: Gema Sampedro.
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Roma se ha quedado a las puertas de ganar el Óscar a la mejor película de este año. Pero ¿por qué tanto alboroto con una cinta que rompe casi todas las fórmulas contemporáneas con las que suele trabajar la industria del séptimo arte? No hay banda sonora, no existen a penas diálogos, se centra casi exclusivamente en un personaje, transcurre en un riguroso blanco y negro, y utiliza sistemáticamente planos largos, muchos de ellos fijos o con un ligero movimiento. Me atrevo a sugerir una hipótesis. Y para ello me apoyo en gran director ruso Andrei Tarkovski, especialmente en su magistral “cuaderno de apuntes”, Esculpir en el tiempo. En un momento determinado del libro, Tarkovski critica el trabajo de Serguéi Eisenstein -en contraposición a su manera de hacer cine- al que no duda en catalogar como un verdadero manipulador de las emociones del espectador. Einsenstein y su cine de propaganda podría entenderse como un protofundador del género del videoclip; su máxima fundamental, el corte, la sucesión milimétrica de los planos para lograr un mensaje específico, su mensaje. Es decir, una estrategia asfixiante para el espectador al que no le queda más remedio que someterse. Pero lo dicho anteriormente no debe sorprendernos, es más o menos la misma estrategia que ha repetido la industria en la gran mayoría de los largometrajes que se realizan a excepción de ejemplos mínimos como Roma, y por supuesto todo el cine de Tarkovski y un puñado más de directores «no comerciales». Pero que no se me malinterprete; no pretendo aquí denigrar o menospreciar el gran cine de Hollywood que tantos y tan buenos momentos nos ha regalado a multitud de generaciones. Sólo me gustaría poner el acento en esta rara avis que es Roma, y en lo que la hace tan especial.
Los actores que trabajaban con Tarkovski desconocían muchas veces su guión del día siguiente o la trama general de la película; el director se lo ocultaba deliberadamente. De este modo lograba captar siempre algo genuino, no del todo pactado, el estado de ánimo de un actor arrojado a la escena. En Roma podríamos estar asistiendo a un fenómeno parecido con Cloe, su protagonista indiscutible. Ocupa casi exclusivamente la totalidad del metraje y del encuadre; y la vemos realizando las acciones más cotidianas como empleada residente de un hogar lleno de niños. Y vamos con la hipótesis. Lo interesante de su puesta en escena no es tanto lo que representa (presentar dos veces) sino su presencia misma. Y cuenta para ello con un magnífico aliado, el plano secuencia, utilizado prolijamente también por Tarkovski en sus películas. En un plano fijo o con un ligero movimiento de cuatro minutos de duración, sin cortes, podemos seguir los movimientos casi rituales de la actriz y de vez en cuando contemplar los muebles del salón; o la película que se proyecta en un cine mientras a una embarazada Cloe le deja plantada su novio. La acción se subordina a la contemplación. Cuarón apuesta por un cine de presencias como lo son los objetos y los sujetos en un cuadro de Vermeer.
Texto: Jesús de la Iglesia. Fotografía: Jesús de la Iglesia (en algún lugar de la Lombardía, Italia).
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