A veces se trata simplemente de comprar unas flores y ponerlas sobre la mesa del salón. Existe una sutil pero importante diferencia entre verlas nada más llegar a casa o encontrarte con los objetos vacíos allí plantados, sólidos, impasibles, inalterables. Las flores no son así. Ellas se consumen irremediablemente cada minuto por muchos cuidados que les profesemos. Pero por eso mismo están mucho más vivas que el jarrón que las sostiene. Y de alguna manera también, parecen más reales. El hecho de saber que en una o dos semanas como mucho terminarán sucumbiendo a los efectos del tiempo las hace fuertes, porque nuestra mirada hacia ellas será una mirada de emergencia, de vida o muerte.

Las flores son como los primeros años de un niño. Los coges en tus brazos, los aprietas fuerte, pero sabes que son como el agua de un río entre los dedos; solo podrás contemplarlos por un tiempo privilegiado. A veces llegas a desear que sigan repitiendo mal esa palabra que con tanta gracia han transformado; y evitas corregirles para detenerlos un poco más en el tiempo. Esa es la magia de lo efímero.

Texto y fotografía: Jesús de la Iglesia (Flores lombardas,  Italia). 

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