Cuenta la leyenda que un embajador ruso en Dresde, el conde Hermann Karl von Keyserling, encargó una pieza de teclado a un famoso compositor para animar sus noches de insomnio. La pieza sería ejecutada por su teclista particular, el joven Johann Gottlieb Goldberg, que por aquel entonces contaba solo con catorce años, y era un alumno aventajado del compositor. El pago de la obra se habría formalizado con una copa de oro, cuyo valor equivaldría al sueldo de todo un año. Poco importa que esta historia sea o no apócrifa, y que los especialistas no se pongan de acuerdo en su veracidad. Seguramente obedezca más bien al espíritu romántico de su divulgador, Johann Nikolaus Forkel, el primer biógrafo del compositor Johann Sebastian Bach.

Malsentado en una silla destartalada un enigmático personaje tararea a la vez que interpreta en su instrumento una pieza llena de energía y equilibrio. Su concentración es casi excesiva pero el sonido que brota de sus manos, de su cuerpo entero encaramado sobre el piano, nos persuade de que algo mágico está sucediendo. Y la mención a la magia no es algo gratuito, ni tampoco un efecto retórico. Este pianista inclasificable harto de los «circos romanos» que era como llamaba a los conciertos multitudinarios, un buen día decidió retirarse de los focos para convertirse en un eremita de la música, un verdadero alquimista entregado, sobre todo, a su gran pasión muy por encima de todas las demás: la música para teclado de Johann Sebastian Bach. Me refiero, como no podría tratarse de ningún otro al canadiense Glenn Gould; y a la grabación de sus famosas Variaciones Goldberg, especialmente la de 1981, poco antes de su muerte. Sin esquivar la intención retórica, podría decir que Glenn convirtió en oro esta composición para teclado de Bach; y no iría mal encaminado del todo si atendemos al misterio que encierra su apellido, Gould, que sus padres modificaron añadiéndole esa letra «u» cuando tenía nueve años.

Las Variaciones Goldberg, o Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados, forman parte de un monumento musical, uno de tantos otros, con las que Bach cerraba su famoso Clavier-Übung, o Ejercicio del Teclado. Se trata de una composición de carácter genuinamente especulativo, es decir, sin ninguna intención narrativa o función específica respondiendo a un encargo determinado. Es decir, profundizar en lo musical en sí mismo, explorando todas sus posibilidades. Algo así como las diferentes versiones o variaciones de la serie de Monet sobre la Catedral de Rouen, que curiosamente coinciden en número con las de Bach, treinta lienzos. Escucharlas significa sumergirse por completo en un medio armónico, equilibrado y elegante. Y solo si se escuchan ininterrumpidamente muchas, muchas veces, se llega a comprender su belleza.

Sucede con la música clásica en general, pero especialmente con la música barroca y con Bach -exceptuando, claro, sus obras más conocidas- que nos cuesta mucho sintonizar su frecuencia. La falta de dedicación, la inversión de un tiempo siempre insuficiente -el mal de nuestro siglo- se traducen en una desconexión, que suele terminar en pereza. Es como enfrentar una noche estrellada con las pupilas cerradas y no darnos el tiempo suficiente para comenzar paulatinamente a ir sumando estrellas. Con el oído musical pasa lo mismo, como si nuestra mente necesitara de alguna forma dilatar ese receptor excitado para absorber en toda su dimensión el mensaje cifrado de un canon o una fuga. Hace ya muchos años, mi hermano y yo nos afanamos durante varios veranos a escudriñar el cielo de noche. Recuerdo una ocasión, en una zona propicia fuera del núcleo urbano cuando de repente y después de varias horas con dolor de cuello, tras ocultarse por completo la luna, pude contemplar en toda su majestuosidad la Vía Láctea. Fue un momento impresionante. Algo parecido me sucede ahora con Bach. Necesité casi diez años para escuchar por primera vez las Variaciones Goldberg, y Glenn “Gold” fue sin duda mi mejor telescopio.

Texto: Jesús de la Iglesia. Fotografía: fragmento del cuadro titulado «Aria» (acrílico sobre tabla, 30 x 30 cm.) perteneciente al políptico «Variaciones» (32 tablas de 30 x 30 cm. c.u.) donde se reinterpreta en clave pictórica las «Variaciones Goldberg» de Bach (Jesús de la Iglesia, 2013). Más info en: http://www.jesusdelaiglesia.com/variaciones-adhoc/